¿Recuerdas a qué jugabas cuando eras pequeño/a? ¿Recuerdas la sensación de perder el mundo de vista? ¿Cómo el juego iba tomando forma y se convertía en un mundo real, donde podías ser cualquier personaje, tener poderes mágicos…? Los adultos y adultas que hemos tenido una infancia llena de momentos de juego conocemos las sensaciones que el juego libre genera, de lo que a menudo no somos conscientes es de los beneficios reales que tiene el juego libre en los niños.

A menudo los adultos no damos valor al juego, creemos que cuando los niños juegan no están haciendo nada importante e incluso pensamos que están perdiendo el tiempo. Si conocemos en profundidad la naturaleza del niño, descubrimos que a través del juego crea conexiones neuronales, desarrolla su creatividad, adquiere la capacidad de abstracción (que será la base para entender las matemáticas), desarrolla la motricidad fina y la gruesa… Emocionalmente el juego se convierte en un espacio donde el niño vierte hechos conscientes e inconscientes. Cuando el niño juega puede elaborar hechos que han tenido un impacto emocional, el juego se convierte en un espacio que tiene efectos terapéuticos. Es decir, jugar aporta muchísimas capacidades a los niños y es importante preservar esos ratos de juego en un tiempo en el que los atiborramos de actividades extraescolares y de pocas pausas de ocio.

Es importante decir que cuando hablamos de juego no estamos hablando de juegos estructurados o que tienen como finalidad un aprendizaje sino del juego libre: el juego que nace de la libertad y la espontaneidad del niño y le hace conectar con sus posibilidades y las de su entorno.

Dependiendo de la etapa en la que esté, el niño tendrá un juego diferente característico de su propio momento evolutivo. Observar el juego del niño nos da la información necesaria para saber cómo se encuentra ese niño. Si el niño no sabe jugar solo o si el juego que tiene no es el que corresponde a la etapa en la que está, todo ello nos informa de que le falta integrar aspectos de etapas anteriores o bien que en aquella fase algunas necesidades básicas no fueron cubiertas y por eso ahora el niño en algunos aspectos se encuentra en etapas previas. Observar el juego de los niños nos da mucha información para saber cómo se encuentran a nivel emocional.

Las etapas de juego son básicamente dos: El juego presimbólico, que se caracteriza por ser una etapa mayormente de exploración y experimentación donde los objetos aún no representan cosas. En esta fase se juega más con el cuerpo o con materiales como piedras, palos, arena… la base de la experiencia es probar, integrar nuevas sensaciones, refinar los sentidos… se trata de un juego más exploratorio.

En el juego simbólico el niño es capaz de representar, imaginar, recordar… situaciones, objetos… que no se encuentran en el momento presente. A través del juego simbólico el niño podrá ser diferentes personajes (tanteando diferentes formas de actuar ante la vida y probando las cualidades que le permitirán ir construyendo su personalidad con el máximo de matices), podrá extraer aquellas situaciones que le han generado dolor para poder representarlas y así transformarlas, aprender a gestionar conflictos, desenterrar y gestionar la agresividad propia para aprender a canalizarla de manera saludable… Es decir, el juego libre no sólo potencia la creatividad de los niños (una de las cualidades básicas para la era en que nos encontramos), sino que ayuda al equilibrio y estabilidad emocional, permitiendo al mismo tiempo la adquisición de habilidades sociales.

El juego saludable es el que permite al niño/a descubrir e interactuar con su entorno: tocar, saltar, subir, bajar, oler, escuchar, modificar, experimentar… y todas aquellas actividades que ponen en juego todos los sentidos del niño. Debemos permitir a los niños que toquen, se manchen, pinten con las manos y pies, corran, suban a los árboles… porque estas actividades amplían su experiencia y les aportan mucha riqueza sensorial. Cuántas más cosas hagan con las manos más se desarrolla su cerebro y crea más conexiones neuronales. A veces somos los adultos quienes imposibilitamos este tipo de juegos porque nos da miedo o porque no queremos tener trabajo extra limpiando…. Pero con esta actitud estamos incapacitando el desarrollo saludable de los niños. Si nos fijamos, en todas partes (sea la cultura que sea, continente…) todos los niños nacen con la capacidad de jugar.

Algunos niños han perdido la capacidad de jugar. Y cuánto antes ocurre, más alarmante es. A menudo el único interés que demuestran es por los videojuegos, o el uso de la televisión y de las nuevas tecnologías. Cuando esto sucede hay que preguntarse cómo hemos acompañado a este niño en sus primeras etapas: ¿Le hemos dejado jugar libremente? ¿Le hemos obligado a hacer muchas actividades extraescolares? ¿Hemos utilizado la televisión, el móvil… como un medio de distracción para así poder tener un espacio para nosotros? Un niño que ha perdido la capacidad de jugar tiene que ver con cómo hemos acompañado el juego en sus primeras etapas y, sobre todo, con como está emocionalmente.

Beneficios que el juego libre tiene en la emocionalidad de los niños:

Expresar su campo emocional de una manera «adecuada», pues lo pone en acción a través del juego. Ejemplo: Un niño está enfadado porque ha nacido su hermano, y jugando puede extraer toda la rabia «atacando, destruyendo…» una figura que representa inconscientemente a su hermano.

  • Puede asumir el rol de diferentes personajes que representa, actuando y ensayando las características que representa el personaje. Ejemplo: Un niño que se siente frágil y juega todo el rato a superhéroes, inconscientemente puede estar practicando y sintiendo características que quizás de modo inconsciente siente que le faltan (fortaleza, valentía….).
  • Puede actuar en situaciones idílicas y sentir el bienestar que esto le genera. Ejemplo: Si un niño está pasando por la separación de los padres, puede jugar a tener el padre y la madre juntos, proyectando en el juego su anhelo. Los niños en el juego a menudo proyectan lo que hay en su entorno o lo que les gustaría que hubiera.
  • Pueden poner y representar en el juego aquellas situaciones que les generan conflicto y solucionar el problema, internamente, a través de una representación.
  • Representando y reproduciendo situaciones que le han generado malestar. Ejemplo: un niño ha pasado miedo en el médico porque le iban a poner una vacuna, y al volver a casa juega a que ahora el médico es él y vacuna a los muñecos. De este modo asume el rol de poder que tiene el médico y puede integrar la situación.

Como podemos ver, el juego libre tiene efectos terapéuticos en el niño. Sin embargo, en determinadas situaciones no bastará con que el niño pueda jugar libremente, sino que será necesario que un adulto que tenga formación terapéutica le ayude a poder expresar, representar… aquellas situaciones que son fuente de conflicto interno. Así, de una manera no directiva y a través del lenguaje del niño (no el verbal), podrá acompañar a que el niño extraiga todos los asuntos que le generan malestar en un entorno protegido y contenido. Aun así, el juego libre sin acompañamiento siempre es fuente de bienestar y equilibrio emocional para un niño.

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