Los límites forman parte de la naturaleza… y de la vida.

Les niñes necesitan límites para crecer felices, libres y con autoestima. Ciertas limitaciones son necesarias – y podríamos decir que esenciales- para favorecer el desarrollo sano de los niñes, así como para promover la buena convivencia social.

Establecer límites durante la crianza respetuosa sigue siendo uno de los temas más difíciles para las madres y padres. Lo observamos en nuestro servicio de acompañamiento familiar y, por eso, este mes queremos dedicar nuestro artículo a un tema tan importante para el crecimiento de les más pequeñes.

Durante la crianza respetuosa y el acompañamiento se habla, y mucho, de los límites y las libertades de les hijes. Pero, ¿sabemos realmente qué son los límites y qué significan para les niñes?

Nos atrevemos a decir que no siempre.

Los límites son un acto de amor hacia les niñes. Cuidan, dan seguridad y ayudan a les niñes a entender cómo funciona su mundo. Los límites enseñan a reconocer los peligros, a tener responsabilidad y a relacionarse con el resto de personas de su entorno. Cualidades, todas ellas, esenciales para desarrollarse y crecer como personas.

No obstante, la dificultad para establecer límites es real. ¿Por qué como adultos, y sabiendo sus beneficios, hemos desnaturalizado los límites en la infancia? Las respuestas podrían ser muchas, pero desde Damara queremos destacar algunas.

Y es que los límites mueven la emocionalidad de les niñes ya que pueden enfadarse o entristecerse, y estas emociones reclaman nuestra presencia y disponibilidad para acogerlas y acompañarlas. Y no siempre resulta fácil. Principalmente porque remueven nuestra propia emocionalidad y también porque no tenemos tiempo.

Otra de las dificultades con las que nos encontramos cuando se trata de poner límites es que actualmente, y debido a nuestra propia crianza, tenemos una gran confusión entre ser autoridad y ser autoritarios.

A menudo olvidamos que no es lo mismo poner que imponer límites. También que un límite no es igual a un castigo, sino una consecuencia real y coherente. Si pensamos que poner límites tiene que ver con una educación autoritaria nos costará ponerlos de forma tranquila y segura.

Como hemos visto durante estos últimos meses, la crianza respetuosa nos invita a reflexionar y a entender que las necesidades de les niñes – y del momento evolutivo en el que se encuentran- no siempre coinciden con nuestras necesidades propias. Una divergencia que hace que los límites siempre deban responder a las necesidades de cuidar del niñe, garantizando y manteniendo su seguridad.

Los límites se deben plantear desde la empatía, el respeto y la disponibilidad. Debemos ser amoroses.

Los límites, además, deben ser claros y acotados en el tiempo. También coherentes y aplicables, de nada sirve un límite que no podemos mantener ni nosotres mismes. Y, por encima de todo, deben ser consecuencia directa de un acto en el aquí y ahora.

Por ejemplo, cuando un niño quiere jugar a fútbol en el comedor. Lo primero que haremos será establecer el límite verbalmente con un “en el comedor no jugamos con la pelota”, dejando un espacio de respuesta del niñe. Si sigue jugando, le pondremos el límite físico de manera amorosa con un “veo que para ti es difícil dejar de jugar, por eso guardaré la pelota”. Aquí le adulte debe ser coherente y guardarla. Si le niñe se enfada ante el límite, debemos ser empatiques y darle a entender que “entiendo que te enfade no poder jugar con la pelota, pero en el comedor no jugamos a fútbol”. A veces pueden ofrecerse alternativas como jugar en el patio o ir al parque, pero no siempre será posible.

¿Cómo ponemos los límites?

La manera de comunicar los límites importa. Más allá de la empatía y el respeto hace falta comunicarlos – y ponerlos- desde la calma, sin gritar o enfadarnos, pero también sin entrar en tratos con les niñes. Les adultes somo adultes y no entramos en un juego de roles iguales porque eso podría generar confusión en les más pequeñes.

Tampoco tenemos que justificarnos cuando establecemos límites. Debemos mostrarnos segures y firmes en nuestras decisiones. Si nosotres tenemos claro que el límite que estamos poniendo es bueno para le niñe nos sentiremos más segures.

Como madres y pares debemos evitar recurrir al hecho emocional y a la desaprobación de nuestre hije. En todo caso, desaprobaremos la conducta. Un ejemplo, decir “no picamos” y no “eres malos”. La segunda opción desvaloriza a le niñe y, como hemos visto, en un proceso de crianza respetuosa nunca debemos hacerlo porque detrás de una frustración o rabieta siempre hay una necesidad oculta, que debemos saber ver y entender.

Sabemos que no es fácil combinar todas estas actitudes, pero trabajar esta manera de abordar los límites – los infantiles y los propio- nos permitirá hacerlo de una manera más positiva y saludable para les más pequeñes y también para nosotres.

Un consejo práctico: los límites específicos con frases cortas y órdenes precisas ayudan mucho. Un ejemplo sería “este es mi pintalabios y no es para jugar. Aquí tienes un lápiz y papel para pintar”.

No obstante, y pese a todas las técnicas posibles, siempre habrá momentos y épocas en las que todo será más complicado ya sea por el momento evolutivo de nuestres hijes como por nuestra situación personal como adultes. Cuando no sea posible llevar los límites con calma y nos encontramos ante un mal comportamiento, lo mejor que podemos hacer es tomarnos un momento de calma, respirar y preguntar con tranquilidad qué ha sucedido.

Como vimos el mes pasado con el tema del autocuidado, querer ser perfectes desnaturaliza la crianza. Nuestras expectativas respecto a los límites también deben regularse. Todo será más fácil y menos frustrante si lo hacemos.

¿Y si quiero educar sin límites?

Los límites son necesarios y beneficiosos si sabemos cómo establecerlos y mantenerlos. No ponerlos puede tener consecuencias que van más allá de la obediencia y el comportamiento inmediato del niñe.

La ausencia de límites o unos límites incoherentes generan vínculos inseguros y ambivalentes que hacen que estos dejen de estar relacionados con el acto del niñe y pasen a estarlo del estado emocional de madres y padres.

Además, sin límites dificultamos que les niñes aprendan a autorregularse provocando serias dificultades a la hora de gestionar su emocionalidad y frustración, así como a la hora de reconocer sus necesidades.

Por último, si no ponemos límites dejamos sin herramientas de socialización a les más pequeñes, que tendrán dificultades para relacionarse con los demás. Un hecho que puede generar niñes rebeldes, que cogen más fuerza y poder que sus mapadres, o niñes sumises, que pierden la conexión con su interior y se convierten en personas dependientes y siempre disponibles para otres. Por eso, en Damara defendemos la necesidad vital de los límites. La crianza respetuosa debe serlo con las necesidades de les niñes, pero también con la realidad que nuestres hijes se encontrarán a medida que crezcan y conozcan el mundo. Y este mundo, como la vida misma, está lleno de límites.